Uno

Sobre el aparador rojo había un reloj de arena que flotaba en el aire o, al menos, lo parecía. No se le veía apoyado en ninguna superficie y aparentaba desafiar la gravedad. Cuando el último grano de aquella arena de color amarillo fuerte caía, algo que ocurría cada hora, el reloj se daba la vuelta de forma automática, de modo que fluía de manera constante y armoniosa. 

En la trastienda, Camael y Beatriz estaban sentados alrededor de una pequeña mesa de color blanco impoluto. Sobre ella, y de un tamaño un poco más grande que el de una tarjeta de visita, había dispuestas varias cartulinas de diversos colores: verde, rosa, violeta, azul… En ese momento, Camael sostenía una de ellas entre sus manos. 

—El naranja es un buen color para la salud en general —Puso ante sus ojos la pequeña cartulina de ese mismo color—. Cada vez que quieras salud, piensa en el color naranja. Imagínate a ti misma, o a la persona a la que quieras sanar, rodeada de ese color. Abre tu mente e intenta verlo todo del mismo tono: su ropa, su pelo, sus ojos, su piel. Todo de color naranja. Como si una enorme luz naranja que cayera del cielo la estuviera iluminando o como si un gran cubo de pintura de ese color le hubiera caído encima. Pon toda tu fuerza, tu corazón y tu mente en pensar en ese color. De esta manera, enviarás energía positiva para que esa persona sane.

—Camael —dijo ella con un poco de hastío—, llevamos días con esto de los colores. ¿Cuándo daremos el siguiente paso? Me dijiste que me enseñarías la magia de la mente, pero de momento solo estoy aprendiendo a asociar colores con situaciones: el rosa proporciona calma, el dorado da sabiduría, el añil ayuda a estudiar, el blanco para todo y el negro para nada.

—Así es, el negro para nada, no lo olvides —remarcó él.

—Lo sé, lo sé —renegó—. Me lo has repetido cientos de veces. Pero lo que aún no me has dicho es para qué estoy aprendiendo todo esto. Tampoco entiendo cómo va a sanar una persona si pienso en el color naranja. ¿De verdad le voy a curar una enfermedad a alguien con la mente?

—¿Le harás algún mal?

—No, supongo que no. No se le hace mal a nadie por pensar.

—Bueno, depende de lo que pienses. Pero ahora no hablamos del mal.

—Ahora hablamos del color naranja —dijo con cierto retintín—. Si quiero sanar a alguien tengo que pensar en el color naranja.

—Con todas tus fuerzas —insistió.

Ella lo miraba medio malhumorada. La primera vez que estuvo allí le pareció entender que aquel era un lugar mágico. Al menos era poco corriente. Y ahora estaba estudiando colores. Sabía que aquello llevaba a algún lugar, pero le molestaba no saber a dónde.

Desde el mismo día en el que entró en la tienda quedó prendada de todo lo que vio. Le costó tres días más volver a hacerlo. Se acercaba al minúsculo escaparate, que daba a entender que el local era mucho más pequeño de lo que en realidad era, miraba hacia su interior y, cuando veía algún movimiento, salía corriendo como alma que lleva el diablo. Al fin, reunió fuerzas para entrar de nuevo y hablar con Camael.

—Al fin te has decidido —le dijo él.

—Sí —contestó con un pequeño hilo de voz.

—Bienvenida a mi mundo. ¿Cómo nos has encontrado?

—Por la señal que hay en la estatua de Guastavino en la plaza de la Reina.

—Cierto —dijo sin darle la mayor importancia.

Hubo una pausa larga. Camael guardaba silencio mientras la observaba, y ella era casi incapaz de mirarlo. Movía la cabeza de un lado a otro, mirando sin mirar nada en realidad. De vez en cuando intentaba hablar, pero nada. Abría la boca y, sin poder decir nada, dejaba salir el aire en una especie de suspiro. Él aguantaba estoico, intentando no asustarla. Estaba quieto, enviándole pensamientos positivos para ver si se arrancaba.

Al parecer, surtió efecto, ya que, en un momento determinado, ella entrecerró los ojos como si estuviera teniendo un monólogo interior y, por fin, empezó a hablar como si de repente hubiera perdido toda la vergüenza.

—No ha sido fácil. He visto la señal en el fondo del sombrero que lleva en la mano. Bueno, y en la punta de la espada, claro. Ahí estaba la pista más clara.

—No es una espada, simula que está trazando una bóveda —apuntó él.

—Lo que sea —siguió ella, hablando cada vez más deprisa mientras él la contemplaba con media sonrisa—. A mí me parece una espada, aunque, ahora que lo dices, lo mismo no lo es. Tendría que volver a mirarla bien. Y eso que paso casi todos los días por allí para ir de casa al insti. ¿Una bóveda? Juraría que es Guastavino con una espada. La lleva en la mano derecha. Claro que, ahora que lo dices, tiene sentido que sea una especie de bóveda simbólica. Al fin y al cabo, se hizo famoso por la bóveda tabicada de ladrillo plano. En la mano izquierda sostiene un sombrero, un bombín en realidad. Supongo que son de los que se llevaban en la época, aunque a mí me parece como muy de risa. Me recuerda al que llevaba Charles Chaplin. Aunque el bigote de Guastavino no tiene nada que ver con el de Chaplin. Son muy diferentes. ¿Sabes si son del mismo periodo histórico o de otro? Porque el sombrero es igual, pero el bigote no. No sé. A mí, él me gusta mucho. Guastavino, quiero decir. Es porque una vez estuve en Nueva York y mi padre me dijo que había construido la estación de trenes y me pareció un edificio maravilloso. Luego descubrí que era valenciano y ya me enamoré de él y de su arquitectura, y cuando hace unos años pusieron su escultura en la plaza, pensé que era lo mejor que se había podido hacer en València.

Beatriz se movía por toda la tienda admirando y tocando casi todos los cachivaches. De repente, estaba como en su casa y, de los nervios, no paraba de hablar.

—El caso es que entre lo que pone dentro del sombrero y lo que pone en la punta de la bóveda que dices tú, pues ha sido más o menos fácil encontrar la tienda. Aunque tengo una curiosidad, ¿el autor de la escultura lo sabía o lo habéis puesto después? ¿Todos los objetos que hay funcionan? —Siguió pasando de un tema a otro con total desparpajo—. ¿Para qué sirve esto? —preguntó señalando una piedra de color verde limón que había en el suelo—. ¡Madre mía! ¡Esta tienda es fascinante! ¿No crees?

—Es mía —pudo decir Camael—. Y sí, es fascinante.

—Perdona. Estarás pensando que soy una maleducada hablando sin parar, pero es que cuando estoy nerviosa no puedo hacer otra cosa más que hablar. 

—Tranquila, es normal. Le suele ocurrir a mucha gente. Los hay que entran y no dicen ni una palabra y otros, como tú, que no paráis de hablar. Es la magia de este lugar. No hay término medio. Aún no conozco a nadie que haya venido y se haya comportado de manera normal. —Remarcó la última palabra con los dedos.

—Yo soy de todo menos normal.

—Ni tú ni nadie de los que han entrado. Por eso, como te dije antes, bienvenida a mi mundo. Aquí encontrarás respuesta a muchas de las preguntas que te has estado haciendo últimamente. Aquí encontrarás magia.

Beatriz seguía observando la tarjeta de color naranja mientras evocaba su primera conversación con Camael. «Aquí encontrarás magia», le había dicho. Y, de momento, lo único que había encontrado eran cartulinas de colores. 

El poder de la imaginación, le había explicado él, puede iluminar todas las situaciones de tu vida. Por ejemplo, si surgen desacuerdos entre dos o más personas, la mejor estrategia y la más efectiva es visualizarlas dentro de una burbuja de color rosa. El rosa disuelve las diferencias y reaviva el amor por el prójimo. Es un color revitalizante, tienes que recordarlo siempre que sea necesario.

El violeta sirve para purificar, para transformar la negatividad en positividad. Resulta beneficioso para envolver a aquellos que tienden a ser negativos. Eso sí, hay que tener cuidado. Si se acerca mucho al negro puede hacer el efecto contrario al deseado. Nunca hay que pensar en negro.

Si tienes que estudiar, el dorado es ideal. Representa la sabiduría. Piensa en él cuando te enfrentes a desafíos importantes como entrevistas o exámenes. El azul es un gran aliado para los que buscan la verdad y la fuerza necesaria para hacer ciertas cosas. Eso sí, para que el tiempo pase rápido y todo fluya más deprisa, no hay nada como el amarillo chillón. El verde, cómo no, es para atraer el dinero y la prosperidad. Es el color de lo material.

Había días en los que Beatriz solo pensaba en el verde una y otra vez y, de momento, lo único que le había aportado era un billete de cinco euros que encontró en un pantalón vaquero que hacía meses que no se ponía. Poco le parecía para tanto esfuerzo.

—Camael, ¿lo podemos dejar hoy aquí? —le preguntó poniéndole ojitos de niña buena.

—Lo podemos dejar cuando tú quieras —contestó, intentando no parecer defraudado—. Eres la que manda en tu formación. Yo solo pongo las herramientas. Tú eres la que pone la voluntad.

—No te enfades. —Intentó camelárselo.

—En absoluto. —No era del todo sincero.

—¿Sabes? Mi color favorito siempre ha sido el rojo. Aún no me has dicho para qué sirve.

—Es muy obvio —dijo sacando una cartulina roja—. Es el color de la pasión y de la sensibilidad. Es un color de fuerza, de energía, de coraje, de poder y de más cosas que aún eres joven para saber. Cuando quieras que alguien reflexione sobre lo que ha hecho, piensa en el rojo. Cuando quieras que alguien se pare antes de tomar una decisión y la madure, envuélvelo en una luz roja intensa.

—¿La magia se crea pensando colores?

—Es la parte preliminar. Cuando domines los colores y su utilidad, sabrás mucho más de lo que ahora crees. Cuando aprendas a usar los colores, no querrás parar. Es el principio, sí, pero ni mucho menos es lo mejor. Eso sí, si no sabes colorear con la mente, no podrás pasar a la siguiente fase. Cuanto antes lo consigas, mejor. Y si es con intensidad, mejor todavía. De todas formas, los colores físicos no tienen nada que ver con los mentales.

—¿Cómo dices?

—Tú has dicho que te gusta mucho el color rojo, que es tu color favorito. Eso no significa que seas apasionada, o que tengas más sensibilidad, o que poseas cualquiera de las características que te he dicho antes. Solo significa que te gusta el color rojo. Los colores de la mente son diferentes y sirven para cosas distintas, aunque se representen igual.

—Entonces, si a una persona le gusta mucho el color negro o viste siempre de negro, no quiere decir que…

—No significa nada, al menos nada relacionado —la cortó—. En realidad, hay pocas personas que contesten que su color favorito es el negro. Solemos elegir colores más vivos: el rojo como tú, el verde que me gusta a mi o, si le preguntas, Casandra te dirá que su color favorito es el azul. Lo que sí ocurre es que nos gusta vestir de negro porque es elegante y también representa el lujo. Asociamos el negro al poder o al luto en algunas culturas. Elegimos el negro en nuestra vida diaria para muchas cosas, pero, desde luego, nunca elijas el negro para tus pensamientos. Ya te lo expliqué.

Beatriz lo escuchaba intentando entender no sólo la profundidad de sus palabras, sino deseando anticipar cuál sería el siguiente paso para la magia. Sabía, o al menos intuía, que después de los colores llegaría algo más poderoso, pero, por ahora, se le hacía todo un poco aburrido.

—Ya sé que todo esto se te hace aburrido.

Ella pegó un respingo. «¡Un momento!», pensó, «¿me ha leído la mente?»

—Sí, te he leído la mente —le replicó él en voz alta.

Los ojos de Beatriz casi se le salieron de las órbitas.

—A esta magia me refiero —continuó—. Esta es la magia de la mente. Al menos, una parte de ella. Pero, para llegar a esto, lo primero es saberse los colores.

—¿Me  has  estado  leyendo  la  mente  todo  este tiempo? —le preguntó entre excitada, nerviosa y, por qué no, preocupada.

Camael soltó una sonora carcajada.

—No, Beatriz, no funciona así. No es que oiga tus pensamientos igual que escucho tu voz. Hay que hacer un esfuerzo extra para saber lo que estás pensando. No puedo estar continuamente sabiendo lo que piensas. Si fuera así, no haría otra cosa.

Le mintió, pero pensó que aún no era el momento de contarle toda la verdad. Prefirió una mentira piadosa. En realidad, escuchaba sus pensamientos de manera clara y meridiana. Percibía sin muchos problemas lo que le pasaba por la cabeza a cualquiera que se cruzara en su camino. En ese preciso instante, de hecho, se esforzaba por no escuchar las cavilaciones y centrarse únicamente en lo que Beatriz decía. Resultaba relativamente fácil apagar las reflexiones de cualquiera y no escucharlas. Le producía la sensación de estar violando la intimidad de las personas, por lo que prefería dejar de escucharlas. Era una habilidad mental que le costaba dominar. Sin embargo, también había resultado muy útil en más de una ocasión. Además, con práctica constante, quienes estaban entrenados podían bloquear la emisión de esos pensamientos para que nadie más los detectara.

—Me has descolocado completamente —le dijo Beatriz.

—Ya te dije que este lugar era mágico.

—Pero es que ahora ya no quiero pensar en colores. Ahora  ya  solo  quiero  saber  cómo  leer  las  mentes.  ¿Te imaginas?

Aunque intentaba calmarla con una intensa sonrisa, Beatriz ya no atendía a razones. Estaba muy nerviosa. Camael intentaba inundarla de color rosa para calmarla, aplicando sus propias enseñanzas, pero el verla tan activa le daba tanta ternura que lo desconcentraba y no conseguía su propósito.

—¡Buah! —decía ella a toda velocidad, con una expresión de felicidad desbordante—. Es que, si yo pudiera leer la mente de mi profesora de Matemáticas, podría saber cuáles son las preguntas del examen. No es que no me gusten las mates, pero me quitan mucho tiempo de estudio que podría dedicar a otras asignaturas. Además, podría pasarles a algunas amigas las preguntas y aprobar todas sin estudiar. ¡Y también podría montar una especie de consultoría sentimental en el insti! Podría descubrir a quién le gusta quién de la clase. Y en casa, ¿qué me dices? Podría anticiparme a los deseos de mis padres. ¡Antes de que me dijeran nada, yo ya sabría lo que quieren! ¡Sería alucinante, Camael! ¡¡Quiero aprender a leer las mentes!! Y una pregunta, ¿se puede leer la mente de todo el mundo? ¿Tiene que ser en directo o puedo leer la mente de alguien de la tele? Es que solo veo cosas flipantes, Camael.

Era un torbellino de palabras, como a menudo le ocurría cuando estaba nerviosa. Ya ni siquiera intentaba detenerla; sabía que en algún momento dejaría de hacer preguntas y él intentaría responderlas, como siempre.

—¿Te acuerdas de Salva, el chico que te comenté el otro día? Es que, claro, saber lo que piensa… Necesito saber lo que piensa. ¿Me entiendes? Y si yo no puedo saberlo, ¿tú podrías venir un día al insti? Di que sí, di que sí, di que sí, porfa, porfa, porfa.

Por fin se calló y Camael pudo hablar con algo de serenidad.

—Beatriz, como te he dicho, antes de que te pusieras a dar botes como si estuvieras loca, no es tan sencillo. Es cierto que te prometí enseñarte muchas cosas. Es posible que esta sea una más de ellas. Pero si quieres seguir aprendiendo, creo que debo ser yo el que marque el ritmo del aprendizaje.

Ella hizo amago de elevar una protesta, pero la calló mirándola mientras ladeaba un poco la cabeza y fruncía la boca. Los dos respiraron unos segundos, por motivos distintos, evidentemente.

—Debes aprender primero el poder de los colores. Confía en mí. Que este descubrimiento te sirva solo de impulso para saber que hay más cosas después, que todo es posible. Pero antes del dos, el uno. Aprender el poder de la luz y su aplicación te abrirá la mente a otros caminos posibles. Cuando controles los principios básicos podremos seguir progresando. Saltarse pasos puede ser peligroso y contraproducente. 

Beatriz quedó convencida. Como a todo adolescente, le hubiera gustado ir más deprisa, pero Camael le habló con tanta contundencia, seguridad y sensibilidad que entendió que era lo mejor. Se prometió, en ese mismo instante, empezar a utilizar la luz de los colores. Pensó que debería apuntarse en una tabla el color y su poder y practicar con pequeñas acciones en su día a día.

Al llegar a casa envolvería a su madre en luz de color azul cielo para transmitirle positividad y alegría. Últimamente, siempre que llegaba de trabajar parecía agotada y de mal humor. Sería un buen comienzo. De hecho, solo deseaba salir de la tienda para ir por la calle inundando de luz la ciudad. «Buscaré una excusa para irme y me pondré manos a la obra», pensó.

—No hace falta que busques ninguna excusa —le dijo él medio riéndose—. Puedes irte.

—¡Ah! ¡Te odio! —gritó riéndose—. ¡¡Me voy!!

—Nos vemos mañana —le dijo, contagiado por su risa.

Beatriz cogió su mochila y salió enérgica de la trastienda. Antes de atravesar la pequeña puerta de la tienda hacia la calle, saltó para tocar la campana que había colgada del techo, aunque no llegó. Abrió dispuesta a dar lo mejor de sí misma para cambiar el mundo. Antes de poner un pie en la acera respiró hondo, se llenó de energía y alegría, se vio envuelta en una luz de color blanco profundo, soltó todo el aire que tenía y salió convencida de lo que iba a hacer en las siguientes horas.

Camael, divertido, seguía la escena desde la trastienda. Le producía una ternura increíble cuando la veía así.

—¿No crees que vas muy rápido? —le dijo una voz desde la penumbra.

—¡Hola, Casandra! No te había visto.

—Últimamente estás tan entretenido que nunca me ves. Y nunca me percibes, que es peor.

—Estaba…

—Sí, con Beatriz —lo cortó—. Llevo un buen rato observándoos.

—¿Y bien? —le preguntó sin ningún tipo de reproche.

—Vas muy deprisa, Camael —le dijo con absoluta sinceridad y ternura—. Deberías tener cuidado. Solo te digo eso.

—Es solo una niña, Casandra.

—Sabes que no es solo una niña, es mucho más. Aprenderá rápido, estoy segura. Pero no le adelantes las cosas. Ya sabes el orden de las lecciones. Haberle dicho que sabes leer la mente no ha sido una buena idea. Ahora no pensará en otra cosa —dijo con un toque de preocupación en su voz. 

—Me ocuparé de que no descuide la formación ni el orden, te lo prometo —aseguró con determinación.

Se quedaron mirándose a los ojos durante unos segundos intentando averiguar qué pensaba el otro, pero los dos eran lo bastante poderosos como para saber bloquear sus propios pensamientos. No consiguieron nada. Se sonrieron con confianza y Camael salió de la trastienda para respirar un poco el aire de la ciudad. Pensó que le vendría bien y así fue. Casandra se quedó borroneando cosas en una pequeña libreta que siempre llevaba encima. Escribía en una especie de código creado por ella misma y que nadie podría descifrar. En su rostro, no parecía que aquella conversación con Camael o lo que había pasado con Beatriz hacía unos minutos, y que había presenciado a oscuras y a escondidas, le hubiera afectado en exceso. Mirándola, su semblante no sugería que algo de todo hubiera tenido repercusión en sus pensamientos. Sin embargo, en su cuadernillo, escribió en mayúsculas, en su propio idioma y con una letra desbordada por la rabia contenida: «ELLA ES EL MAL».

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