LYS – BJS . Jane Austen

Me gusta volar a China. Me trae buenos recuerdos.

La última vez que estuve allí me pasó algo increíble. Hoy al subirme al avión la he recordado. He estado pensando en ella todo el viaje. Pensando que llegaba al aeropuerto y allí estaba ella. Esperándome todavía.

He recordado la última vez que la vi. Como si fuera ayer.

Recuerdo cómo ella dio un paso hacia adelante y se acercó peligrosamente. Yo notaba su cuerpo tan cerca que un escalofrío recorrió todo mi ser. No entendía que es lo que me estaba pasando, pero me dejé llevar. Aún dio un pequeño paso más. Nuestros cuerpos no podían estar más cerca. Noté como su mano buscaba la mía y así nos quedamos un momento, pegados uno al otro. Alzó su mirada y yo bajé mi cabeza y nos fundimos en un beso. No sé ni cuanto duró. Estaba experimentando algo que ni yo mismo me esperaba. Empezó a llover. Una lluvia fina propia del mes de septiembre. Por un instante ni siquiera fuimos conscientes de lo que pasaba. Nosotros seguíamos allí. Mojándonos.

De repente tiró de mi mano y los dos salimos corriendo como dos colegiales felices. Riéndonos, intentando escapar del agua que ya empezaba a calar en nuestra ropa. Llegamos a un patio cercano, ella empujo la puerta y entramos dentro para refugiarnos. Entre risas me empujó contra la pared, se acercó y volvió a besarme. Un beso suave y violento a la vez. Tenía unos labios dulces, carnosos. En ese instante el mundo parecía haberse parado.

Volvió a salir corriendo, cogiéndome de la mano, escaleras arriba. Yo no podía hacer otra cosa que seguirla. Mi cabeza intentaba razonar, pero algo estaba pasando que era más fuerte que yo. Abrió una puerta y nos introdujimos dentro de la casa. Me arrastro hasta el salón y me empujó contra el sofá. Yo me quedé allí sentado admirando su cuerpo. En un instante se quitó la blusa y descubrió sus pequeños pechos al mismo tiempo que se sentaba sobre mi a horcajadas. Yo la cogí con fuerza y no pude hacer otra cosa que retirarle su pelo mojado y besar su suave cuello, mientras con las manos desabrochaba su sujetador. Estaba tremendamente agitado. Mi corazón bombeaba a mil por hora debido a la situación. Ella se deshizo de mi camiseta y nos fundimos en un abrazo. Nuestros cuerpos mojados por la lluvia.

Me levanté con ella aún encima y besándonos me fue indicando el camino hacia su habitación. Llegamos los dos jadeando con la excitación de dos adolescentes. Nos tumbamos en cama, yo encima de ella, con los torsos desnudos y sin dejar de comernos a besos. No recuerdo ni cómo nos habíamos ya descalzado, tan solo los dos pantalones separaban nuestros cuerpos ardientes. No sé quien de los dos desabrochó el primero, sólo sé que en cuestión de segundos ahí estábamos los dos besándonos en ropa interior.

Empecé acariciando su cara y seguí bajando mi mano hasta llegar a sus pechos. Hacía años que no recordaba esa sensación, ese tacto suave de unos pechos turgentes. Sin dejar de besarla bajé mi mano por su cintura y la desnudé por completo. Nos dimos la vuelta y pude admirar por un instante su belleza oriental. Ahí estaba ella, encima de mi, con el pelo cayéndole sobre los hombros, mirándome directamente a los ojos. A penas fue un instante pues enseguida se abalanzó sobre mis labios de nuevo. Copiando mi gesto empezó a acariciarme la cara, bajó su mano por mi pecho, llegó hasta mi cintura, metió su pequeña mano y con un ligero movimiento tiró de mi ropa interior.

Ahí estábamos los dos desnudos, en una inmensa cama que parecía no acabarse nunca, comiéndonos a besos, a mordiscos. No hubo ni una sola parte de nuestros cuerpos que no recorrieran nuestros labios, nuestra boca. Ella tan blanca, yo tan moreno. Ella tan pequeña, delicada y yo tan grande. Oriente y occidente. Pasó casi una hora hasta que decidimos fundirnos en uno solo. Nuestros cuerpos latiendo al unísono, sudando, cabalgando juntos. Nuestra imaginación no cesaba ni un momento. Nuestros cuerpos parecían bailar encima de la cama, en el suelo, de pie contra la pared. Uno y otro, los dos probándonos por toda la habitación. Volvimos a la cama para acabar en un éxtasis conjunto que hacía mucho que no había experimentado.

Nos quedamos tumbados en la cama mirándonos, aún sin saber muy bien qué es lo que había pasado. A pesar de lo ocurrido aún tenía ganas de besar su boca, de seguir allí eternamente. Me miró con mucha ternura, acariciándome el pelo todavía empapado, me dio un beso en la barbilla y me dijo con una sonrisa:

– Será mejor que nos vayamos antes de que venga alguien. No estamos en mi casa.

Recuerdo cómo no paraba de reírme  Hoy, en todo el viaje, no me la he quitado de la cabeza, porque como dijo Jane Austen“Del pasado no tiene usted que recordar más que lo placentero.”