Del viaje de vuelta. De mi china vida (39)

La china salió corriendo detrás de mi. Yo corrí también.

– ¡Por favor! ¡Espera! – gritaba ella.

Yo hacía oídos sordos. Y seguí corriendo. Ella también. Hasta que me cansé, claro. Ella no. La edad no perdona, pensé.

– ¿Qué quieres? – le dije – ¿Ahora estás interesada en saber el final? Mira si me has puesto nervioso antes que se me olvidó contarte que en 2012 nos juntamos en una cena toda la tropa que acabamos COU en 1992. Una reunión de colegio después de 20 años. Y era una historia bien bonita porque, a pesar de los años, había mucho cariño en esa cena, que además se ha convertido en una especie de reunión anual.

– La verdad es que… – empezó a decir ella.

– Nada, nada – le corté yo – No te lo cuento. Te quedas sin saber el final.

– ¿Me dejas hablar? – me dijo.

– ¿Qué quieres?

– Te estaba llamando porque es casi la hora de la cena, tenemos que volver al hotel para que hagas las maletas. En nada os volvéis a casa y tú estás haciendo el bobo corriendo por China.

Yo me quedé en silencio.

– Además te estás metiendo en un barrio poco recomendable para andar de noche.

– ¿En el barrio chino? – le dije yo – ¡Ah, no, perdona! Que aquí todos los barrios son chinos.

– Te estás ganando otra galleta – me amenazó ella.

Hubo un silencio. Ella dio media vuelta. Yo la seguí. Íbamos camino del hotel. La aventura china llegaba a su fin. No preguntó nada en todo el camino. Yo tampoco quise hablar. Hice la maleta y la china me acompañó al aeropuerto. Ni una palabra. Un silencio incómodo. Después de todo lo que habíamos compartido en un día tan largo. Que pena que acabara así. Los dos allí sentados sin hablarnos. Nos mirábamos de vez en cuando de reojo el uno al otro, intentando no pillarnos. Finalmente me decidí a hablar.

– Oye – le dije.

– No hace falta que me lo cuentes. – me cortó – Sé como fue tu 2013. Por eso estaba callada. Soy una egoísta. No quería que esta historia acabara así de triste.

– Pues no lo hagamos. – le dije con sinceridad – Sin duda lo más importante y difícil de 2013 fue eso, pero siempre hay más historias. Yo tampoco quiero irme con esa sensación. Terminemos este viaje como se merece. Por todo lo alto. Recordemos lo bueno que tuvo 2013, que fue mucho.

– Soy toda oídos.

– Fueron mis primeras fallas como presidente – le dije.

– ¿De qué falla? – preguntó ella.

– De la de la figa ta tía, china de los cojones. – dije yo entre risas.

Los dos reímos un buen rato, olvidándonos de los malos momentos.

– Bueno y antes de las fallas – continué yo – ganamos el concurso de presentaciones después de 30 años intentándolo.

Y allí aún estuve una hora, contándole toda la presentación. La campaña que hicimos en internet para llenar el teatro, la gente que colaboró, cómo había ido todo, los bailarines, los actores. Le hablé de la catarsis colectiva vivida en la lectura de los premios. Le leí lo que escribí aquellos días como agradecimiento a “mis” falleros. Nos reímos una jartá con las anécdotas que le conté sobre aquel momento.

El mundo parecía haberse parado. A pesar de lo vivido ese día fue un momento muy bonito. Los dos allí riéndonos.

– ¿Y ahora qué vas a hacer? – me preguntó.

– Pues ahora debería matarte – le dije.

– ¿Y eso? – me dijo entre risas.

– Bueno, te he contado toda mi vida. Sabes demasiado. ¿Se te ocurre alguna mejor manera de acabar?

– Hombre, siempre puedes subirte al avión, dormirte y cuando te despiertes pensar que todo ha sido un sueño de Resines.

– ¡Joder! ¿Hasta en China conocéis lo del sueño de Resines?

– Nunca jamás escuché un final mejor. ¿No te parece?

– Bueno, mejor que acabar matando a una china.

– ¡Mucho mejor! ¿Dónde va a parar?

Volvimos a reírnos.

– ¡Ay, china! ¿Qué voy a hacer contigo?

– ¿Otra vez? ¿Te subes al puto avión y me dejas en paz? ¡Qué manía te ha dado ahora de hacer algo conmigo!

– Era una forma de hablar, imbécil.

– ¡Yo qué sé! Ya sabes que no domino el idioma. Te veo con esa cara de psicópata y pienso que de verdad me vas a matar.

– Espero que no sea necesario. Además también formas parte de mi vida. – le dije con mucho cariño.

Nos dimos un abrazo muy fuerte. Me acompañó hasta la puerta de embarque y nos despedimos para siempre. Antes de subir al avión eché la vista atrás para darle el último adiós, pero ya no la encontré.

El avión despegó y después de la cena que nos sirvieron me quedé dormido profundamente pensando en ella. Me desperté creyendo que todo había sido un sueño, pero sabía que no había sido así. Miré por la ventanilla del avión y en el reflejo me pareció ver su cara mirándome directamente a los ojos. Me giré pensando que estaba a mi lado, pero no era así. Había sido un día muy intenso. Le había contado casi toda mi vida a una desconocida. No sé qué imagen se habría llevado de mi. En todo caso la que yo quise contarle, claro. Pero bueno, al fin y al cabo, era mi historia y yo se la había explicado como había querido.

Aún tuve un rato mi mente perdida en todas las historias que le conté, repasándolas mentalmente. Me acordé de muchas de las que no había contado. De mucha gente de la que no había hablado. Algunas por respeto, otras por simple olvido. En mi cara se dibujó una sonrisa al pensar que dejaba parte de mi en China y que afrontaba mi camino hacia los cuarenta con un experiencia más vivida. Había de estar feliz, pues estaba vivo. ¿Qué más se puede pedir?

He de reconocer que, finalmente, me cayó una lagrimita recordándola. Después de todo había conseguido emocionarme. Y antes de quedarme dormido otra vez, con una sonrisa de oreja a oreja pensé:

– Puta china de los cojones.