Del poder de seducción de las madres… o de la mía, concretamente. De mi china vida (04)

– Entonces, ¿cómo acabasteis en Alzira? – me preguntó la china.

– Pues verás – continué yo con mi relato.- en mi casa siempre hemos sido muy demócratas. Pero no demócratas como los de Estados Unidos. Demócratas de votar las cosas. De decidir las cosas por mayoría. Simple. Simple la mayoría, no tú…

Yo veía como la china no entendía nada.

– ¿Votar? ¿Sabes lo que es votar?

Me daba que en la China comunista lo de votar no se les daba muy bien.

– Te explico. Cada persona un voto. Tú levantas la mano, por ejemplo, y cada mano es un voto. ¿Lo entiendes?

Desistí en seguir explicándole lo que era votar porque me daba la impresión de que le estaba explicando la teoría de cuerdas o algo parecido. Estaba muy china ella.

– Un día llegó mi padre a casa y dijo: “Tengo una noticia buena y una mala. La buena es que me han ofrecido un trabajo mejor en Alzira. La mala es que nos tendríamos que ir allí a vivir”. Mi hermana se puso a llorar. Ya tenía seis años y no quería abandonar a sus amigas por nada del mundo. Lógico por otra parte. Mi madre supongo que estaba encantada con la mejora económica y laboral de mi padre y, total, ella quería vivir en Burjassot junto a su familia, así que lo mismo le daba Alzira que Sagunto. Y yo… Yo suerte tenía de entender algo de lo que se estaba hablando. Mi padre dijo: “Vamos a votarlo entre todos y sólo si hay mayoría nos iremos a vivir a Alzira”. Mi hermana que ha sido una resabida toda su vida dijo: “¿Y si hay empate?” “Si hay empate nos quedamos en Sagunto”, dijo mi padre mirándome con una sonrisilla.

Y votamos. Mi padre dijo: “Alzira”. Mi madre dijo: “Alzira”. Mi hermana dijo: “Sagunto”. Ya sólo quedaba yo por votar. Todos me miraban con tensión. Yo los miraba a ellos con cara de no entender nada. Entonces mi madre me miró con esa sonrisa que sólo una madre puede dedicarle a su hijo. Me cogió de la barbilla y me dijo: “¿Cariño, tú te quieres venir a vivir a Alzira dónde vas a ser muy feliz con la mamá?” Y yo vi esa sonrisa y vi cómo el cielo se abría, se iluminaba, bajaban dos arcángeles del cielo y se posaban cada uno en los hombros de mi madre y tocaban canciones antiguas. Todo era celestial. Sus ojos, su mirada, su sonrisa, ese hoyuelo en la barbilla, esa luz… Las paredes desaparecieron, estábamos ella y yo solos, bailando en las nubes de algodón de azúcar. Y balbuceé: “Alzira”. Mi madre me soltó la barbilla, los arcángeles desaparecieron y todo volvió a la normalidad. Así que tres votos a favor, uno en contra. Nos mudábamos a Alzira.

Durante muchos años mi hermana no me lo perdonó y se encargó de recordármelo una y otra vez, pero ese día aprendí muchas cosas. Lo primero es la importancia de un sólo voto. Un sólo voto puede cambiar tu vida. La segunda es la capacidad de manipulación que se puede llegar a alcanzar. Y la tercera, que estaba enamorado de mi madre.

– ¿Y todo eso lo recuerdas? Pero si serías muy pequeño. – preguntó extrañada la china.

– ¡Qué narices! Todo esto me lo ha contado un millón de veces mi hermana que yo creo que me odió hasta los dieciocho por haber votado “Alzira”. Yo el primer recuerdo nítido que tengo de mi vida es estar en una cocina con mi madre, llorando y comiendo un plátano.

– ¡Vaya tela! Freud tendría contigo para escribir un libro. – dijo la china asombrada.

– O dos – dije yo.