Del año del despiporre. De mi china vida (22)

– Creo que me ha sentado mal la comida.- me dijo de repente la china.

– ¿A ti? – dije yo riéndome – Si lo raro es que no me haya sentado a mí como una patada en los huevos porque, de verdad, la comida que tenéis en China deja mucho que desear.

– Pues tu país huele a ajo .- me dijo ella toda enfadada

– ¿A ajo? – le pregunté yo todo extrañado.

– Sí, a ajo. A cualquier plato elaborado que hacéis le echáis ajo.

– Nunca lo había pensado. – dije mientras repasaba mentalmente la cantidad de platos que llevan ajo y, la verdad, son muchos -. Yo la verdad es que como por obligación. No es uno de los placeres de mi vida. A mí no me conquistarías por el estómago.

– Pues no se nota – dijo ella.

– Es que reconozco que comer, no es que coma muy bien. – dije yo .- Y hablando de comer mal, en 1996…

– Vaya truño de introducción al año.- me dijo ella que parece que empezaba a recuperarse.

– Bueno, de alguna manera tenía que enlazar las historias. – dije yo.

– Va sigue. ¿Qué pasó ese año?

– Bueno, pues supongo que después del golpe de lo de mi padre, vino la época del despiporre. Me descontrolé. Cuando uno se enfrenta a la muerte tan de cerca, de repente le entran las ganas de vivir a lo bestia. Se te instala en la cabeza la sensación de que éste puede ser el último día de tu vida y hay que aprovecharlo al máximo y probarlo todo.

– Ya.

– Para empezar dejé de ir al gimnasio.

– Ah, ¿pero ibas al gimnasio?

– Sí, no he podido contarlo todo, pero durante los tres años anteriores iba todos los días al gimnasio. Todos los días. Tenía unas abdominales que se podía lavar ropa en ellas. Una auténtica tableta de chocolate.

– ¡Qué lástima! – dijo ella con sorna.

– Sí, bueno. – dije yo intentando obviar el comentario -. El caso es que dejé de ir porque tenía muchas cosas que hacer y que vivir. Como trabajaba y tenía dinero, me fui de casa de mi madre a vivir a Valencia compartiendo piso. Y ya se sabe lo que pasa en un piso compartido. Un auténtico caos.

– No tiene por qué.

– No tenía por qué, pero lo fue. Como he dicho había que vivirlo todo, probarlo todo.

– Y empezaste a comer de todo.

– Sí, eso también – dije entre risas -. No, la verdad es que empecé a comer fatal. Salir de casa de tu madre es lo que tiene. No tenía ni idea de cocinar, así que mi nevera estaba llena de fritos y poco más. La freidora era mi gran amiga. No había tiempo para cocinar, había muchas cosas que hacer.

– Y desde entonces no la has abandonado, a la freidora me refiero.

– Bueno, la utilizo bastante menos. En comparación con aquella época ahora podría decir que casi no la utilizo, así que imagínate.

– Ya.

– Si juntas eso con lo del gimnasio… Mi cuerpo empezó a notarlo.

– Y lo sigue notando. – dijo ella.

– Y empecé a beber.

– ¿No bebías?

– No. Era abstemio. No bebía nada de alcohol. Puede que alguna copa en ocasiones muy especiales, pero nada. Así que empecé a darle a la cerveza, al gin-tonic, a cualquier cosa que tuviera “la chispa de la vida”.

– ¿Pero tú querías vivir o autodestruirte? – me preguntó muy seria.

– No lo sé, la verdad. Hay muchas cosas de los noventa que no recuerdo. – dije riéndome.

– No quiero saberlo. – dijo ella.

– Dormir.

– ¿Es que antes no dormías?

– Claro que dormía, pero era de los que se levantaba pronto para hacer cosas, para quedar con amigos, para ir a dar un paseo – le expliqué yo.- Ahora podía estar todo el sábado o el domingo durmiendo sin que mi madre me despertara de la cama. Las siestas eran memorables. Los horarios empezaron a cambiar como mi cuerpo.

– Claro – dijo ella.- rompiste tu rutina por todo lo alto y todo empezó a ir… diferente.

– Y empecé a follar .- le dije yo bien alto.

– ¡¡¡Ajá!!!! – dijo ella como pillándome – ¡¡Así que te iniciaste a los veintidós años!! ¡¡¡Qué tarde!!!

– No, estáte atenta que te pierdes. – le dije yo serio -. Antes hacía el amor. Ahora era otra cosa. Hasta tenía un diario donde apuntaba todos y cada uno de los… ya sabes.

– No, no sé.

– Bueno, da igual. Lo apuntaba todo, con pelos y señales.

– Esto no tiene pinta de acabar bien. Ese ritmo no se puede seguir mucho tiempo.

– Así es. Comer, beber, dormir, follar. Parece un eslogan. El mundo parecía no acabarse, no tener fin. Todo era nuevo, maravilloso. Todo era una experiencia única. No había miedo. No había mañana. Sólo estaba el aquí y ahora. El presente. Locura, desparrame. Y eso teniendo en cuenta que, en general, era y soy bastante prudente, te puedes imaginar lo que significó para mi aquella época.

– ¿Y cómo acaba?

– Pues como acaban siempre estas cosas. Se acabó el dinero, volví a casa de mi madre y todo volvió más o menos su cauce.

– ¡Benditas madres!

– ¡Benditas!