De salir del armario… De mi china vida (24)

– ¿Te estás dejando muchas cosas en el tintero? – me preguntó la china.

– La verdad es que sí – le dije yo -. Pero es que es difícil resumir un año. Cada vez es más difícil. A veces mientras voy hablando contigo me voy acordando de cosas de otros años que ya he contado. Quizás cuando vuelva a casa empezaré a escribir un libro sobre mi vida y lo publico cuando cumpla los cincuenta.

– “Autobiografía de un tontorrón”, sería un buen título – me dijo la china entre risas.

– Tal y cómo lo dices suena fatal.

– Pues tú me dirás – siguió entre risas.

– “Autobiografía incompleta de un señor de cincuenta” – le dije yo sin pensarlo mucho -. Ese podría ser el título

– Sí, rima y todo. Parece “El fontanero, su mujer y otras cosas…”

– ¡Vale! – le corté yo – Siempre vas a lo mismo. ¡Qué obsesión!

– Venga va, no te enfades. ¿Qué cosas te has olvidado? – me dijo ella.

– Bueno, pues apenas he hablado de mis primos o mis tíos, por ejemplo. – le dije yo.

– Ya me contaste que erais una gran familia. – me dijo ella recordando lo que había dicho aquí.

– Sí, bueno, pero poco más que los numeré. Me han pasado cosas fantásticas con mi familia. Mi prima Irene, por ejemplo, fue la primera, después de mi madre, que se entero de que era gay.

– Tú también… Me dices a mi, pero en cuanto puedes dices que eres gay. Si es que ya me he enterado hace horas – me dijo con un poco de reproche.

– ¿Sabes por qué? – le dije yo -. ¿Sabes por qué aparece tanto en la historia de mi vida? ¿Tú sabes la de veces que he tenido que salir del armario? Ahora ya no, pero hay una época en tu vida que es una continua confesión. Dura años hasta que se lo has contado a todo el mundo.

– ¿Y por qué lo cuentas? ¿Qué necesidad hay? – preguntó ella.

– Pues por que tienes novio, y quieres presentárselo a un amigo, por ejemplo, pero antes tienes que decirle que eres gay. Porque un amigo quiere presentarte a una amiga que está interesada en ti y entonces le dices que eres gay. Porque hay una etapa en tu vida en que todo se resume en que eres gay. Y luego está la familia.

– ¿Qué pasa con la familia?

– Mira, dicen que es mejor ser negro que ser gay. ¿Sabes por qué? Porque cuando eres negro no tienes que contárselo a tu madre.

– Chistaco.

– Te lo digo en serio. En 1998, después de acabar la carrera, me fui a vivir a Madrid. Lo que iban a ser dos meses se convirtió en casi un año. Volví en Navidades a pasarlas con la familia y después de la cena de Nochebuena nos quedamos mi hermana, mi madre y yo hablando de la vida. Mi hermana dijo: Oye, hablando de todo un poco, aquel amigo tuyo que tenías ¿ya le ha dicho a sus padres que es gay? Porque anda que no se le notaba. Yo quería morirme. ¿A qué venía esa pregunta? Mi madre dijo: Pues si yo tuviera un hijo gay o una hija lesbiana me gustaría saberlo. Mi hermana le contestó: Por mi no te preocupes que no lo soy. Y las dos me miraron a mi. Yo las miré a ellas y quería morirme. Mi madre rompió el silencio: Fumas mucho, ¿estás nervioso? Y yo sólo pude decir: No, no estoy nervioso. Y me puse a recoger la mesa. Nos levantamos los tres y nos fuimos a dormir. Bueno, yo no pegué ojo en toda la noche valorando la posibilidad o no de decírselo a mi madre. Al día, siguiente nada más levantarme, me armé de valor y hablé con ella:

– Mamá, que lo que estuvimos hablando anoche… que sí. – le dije yo queriendo morirme.

– ¿Que sí qué?

– Que sí que lo soy.

– ¿Que sí que eres qué?

– Que soy gay.

Hubo un silencio tan grande, tan grande. Parecía que el mundo se hubiera parado.

– Anda que no eres exagerado – me dijo la china.

– Te lo juro. Yo no sabía dónde meterme. – continué yo. – Y en ese justo momento llegó mi hermano y la conversación se quedó allí. Aún quise morirme más, porque sabía que la conversación debería seguir, como así fue. Esa misma tarde nos quedamos solos y mi madre sacó el tema. Se echaba las manos a la cabeza. También se echaba la culpa de todo, de si había algo que había hecho mal. Soltó algunas barbaridades: que si eso se cura, que eso no podía ser, que como se enterara la gente, que Dios nuestro señor se va a enfadar. Yo intentaba explicarle que no era una elección, que era así y punto. Y ella aún se lamentaba más, que si esos amigos con los que vas, que las malas influencias, que el teatro… De repente estaba muy enfadada conmigo. Yo no daba crédito a lo que oía, así que le dije que si tanto le molestaba, lo mejor era que me volviera a Madrid y me fui de casa dando la conversación por acabada. Cuando volví a la noche para hacer la maleta, allí estaba ella esperándome. Me dijo que había estado toda la tarde llorando porque había entendido que ella no tenía razón. Que era su hijo y me quería fuera como fuera. Que se había equivocado. Que cuando quisiera que le presentara a mi novio. Estuvimos los dos un buen rato llorando. Fue un día de muchos nervios. No se lo deseo a nadie.

– Vaya – dijo la china con total sinceridad -. Nunca había pensado que fuera tan difícil.

– Ahora con la perspectiva del tiempo y la edad me da risa. Pero te juro que es uno de los peores momentos de mi vida.

– Al menos al final se lo tomó bien. – dijo la china -. Tuviste suerte. Hay padres que no reaccionan igual.

– Cierto. Lo único es que me pidió que no se lo contara a nadie. Que le dejara un tiempo para asimilarlo y cuando ella lo tuviera claro, pues que ya hablara con el resto de la familia.

– Bueno, la petición era razonable. – me dijo la china.

– Sí. – dije yo entre risas.

– ¿De qué te ríes? – me preguntó.

– Nada. Una semana después se lo conté a mi prima Irene que vino a Madrid a pasar la Nochevieja.

– ¡Anda que tú también! ¿Por qué no le hiciste caso a tu madre?

– ¿Cuándo se ha visto que un veinteañero le haga caso a su madre?

– También es verdad.

– De todas formas mis hermanos tardaron aún seis años en enterarse. Y el resto de mi familia, diez. Creo que respeté un poco su petición.

– Sí, un poco.
PD: La de la foto es mi prima Irene conmigo en Madrid el día que se enteró.