De por qué hay que tener un plan B. De mi china vida (18)

– Llegamos al noventa y dos. Mayoría de edad. Qué subidón, ¿no? – me dijo la china de repente. – Y además Olimpiadas en Barcelona, Expo en Sevilla, Capital Europea…

– Sí, sí… Muy interesante todo. Pero centrémonos en lo mío – le corté yo -. Llega el noventa y dos, y acabo COU. Buenas notas, apruebo el selectivo y llega uno de los momentos más importantes en la vida de un estudiante y para el que nadie lo prepara: elegir la carrera.

– Anda que no habías tenido tiempo para pensarlo. – me dijo ella con un poco de crítica.

– Sí, claro que lo había pensado. Todos mis compañeros lo habíamos pensado de una forma u otra. Pero una cosa son los deseos y otras las realidades. Primero la nota final: por mucho que te expliquen que las notas de tus años de bachillerato y COU son importantes, no te das cuenta de lo mucho que lo son hasta que te hacen una media aritmética y te lo dejan todo en un número. Segundo la nota de selectivo: en tres días haces un porrón de exámenes y de esos sacan otro número. Y luego la media entre los dos. No es que sea injusto, es que es lo siguiente. Equiparar cuatro años de estudios con tres días de exámenes express. Una porquería.

– Entonces no te llegaba la nota para estudiar lo que querías. – me dijo ella.

– No. Mi problema no era la nota. Mi problema fue mayor. Mi primera opción era Arte Dramático, y para estudiarlo no necesitaba el selectivo, con lo cual no me preocupaba mucho la nota. Pero la sorpresa fue que ese año no hubo pruebas para estudiarlo porque estaban implantando la LOGSE. ¡Con dos cojones! Un año entero sin enseñanzas de Arte Dramático en Valencia. Que digo yo que hay otras formas de hacer las cosas, pero no. Es más fácil dejar en la calle a los estudiantes. Supongo que pensarían que como total podían entrar veinticuatro. Nadie pensó en cómo afectaría a los alumnos esa decisión. Bueno, realmente nunca nadie piensa en los alumnos.

– Y ¿qué hiciste? – preguntó.

– Pues imagínate allí en el instituto, después de recoger las notas de selectivo delante de una instancia en blanco que daba miedo y donde debía poner mis preferencias. El problema es que yo no tenía más preferencias. Decidí coger Publicidad y Relaciones Públicas pero, claro, era en una universidad privada y en casa me quitaron la idea de la cabeza. Imposible asumir el gasto.

– Que bien todo, ¿no? – sonrió la china.

– Sí, todo muy bien. Así que miré qué más había. Muchos de mis compañeros iban a estudiar empresariales, y estuve tentado a hacerla, pero no me apetecía en absoluto. Medicina descartado. Derecho, como quería mi madre, descartado. Historia, Filología, Informática descartado. En fin, todo descartado.

– ¿Entonces?

– Entonces marqué la casilla de Bellas Artes sin tener ni puñetera idea de lo que significaba. – afirmé yo.

– ¡Toma ya! – me dijo ella riéndose.

– Exacto: ¡toma ya! – dije yo sin mucha euforia. – Me metí en una carrera que desconocía, sin saber ni para qué servía. Y encima no marqué más opciones. Esa era la única opción. Tantos años de estudios apostados a una casilla marcada con una cruz. Además de quitarle el sitio a alguien que se quedaría fuera y que tendría mil veces más ilusión que yo en estudiar la carrera. Nadie te prepara para eso, y nadie te ayuda en ese momento. Apuestas todo tu futuro en unos minutos. ¿Y si te equivocas de carrera? ¿Y si luego no te gusta? ¿Y si no es lo que esperabas? ¿¿Dónde me estoy metiendo?? ¡¡¡Que alguien me ayude!!!

– Bueno, supongo que sacarías algo bueno de todo esto, ¿no? – me preguntó la china intentando calmarme.

– Sí. Saqué una conclusión que me ha ayudado mucho: Siempre hay que tener un plan B. Por muy claras que tengas las cosas, por mucha ilusión que le pongas a todo lo que hagas, por muy seguro que estés en tus intenciones, siempre, siempre, siempre, hay que tener un plan B. No hay que dejar las cosas a la improvisación. Hay que asegurar.

– Buena conclusión, y buena filosofía de vida. ¿Lo aplicas con regularidad en tu vida? – me pregunto ella.

– Nunca. – dije yo muy seriamente.

– Pero… – intentó decir la china.

– Nunca – sentencié yo.