De la lluvia (I). De mi china vida (32)

Empezó a llover de nuevo, esta vez con menos intensidad que antes. La china sacó dos paraguas de la mochila que llevaba.

– ¿Desde cuando llevas esos paraguas? – le pregunté yo intrigado

– Los llevo todo el rato encima – me dijo

– ¿Y por qué no los has sacado cuando llovió antes?

– Porque entonces no hubiera pasado lo que no ha pasado.

– Ya.

Andamos durante un rato sorteando los charcos que había por el camino.

– ¿Te gusta la lluvia? – me preguntó la china.

– Sí y no. Pero no, no me gusta excesivamente. Me gusta cuando estás en una casa con chimenea y te da igual lo que pase fuera, pero no me gusta cuando estás por la calle sin paraguas. Y además la lluvia marcó una etapa de mi trabajo.

– ¿Y eso? – me preguntó intrigada.

– Pues parecía que en cada evento del que me hacían responsable, acababa lloviendo.

– ¿Atraías la lluvia?

– Eso parecía. El primero fue en 2006. Me encargaron la dirección técnica y artística de la Crida.

– ¿Y llovió?

– Llover no es la palabra. Diluvió.

– ¡Qué bonito!

– Precioso – le dije yo – Durante meses estuvimos preparando el acto. La iluminación, el sonido, el espectáculo, actores, bailarines, pirotecnia. Todo.

– Y no se hizo – afirmó ella.

– No, al contrario, se hizo. Y tanto que se hizo. Intenté anularlo por todos los medios. Compré un informe del Instituto de Metereología. Hablé con el responsable y le dije: a la hora en punto en que tiene que empezar el acto va a caer la del pulpo.

– ¿Y qué te dijo?

– Me dijo: va a haber Crida sí o sí. Me dio un golpecito en el hombro y se fue.

– ¡Qué majo!

– Majísimo.

– Recuerdo que llovía a mares. Los equipos estaban fallando. Los actores estaban acojonados. Nos íbamos quedando sin luz y sin sonido. Yo subí, inocente de mí, al palco de autoridades a pedir que alguien le dijera a la fallera mayor que acortara el discurso. Me quería morir. Sabes lo que es estar rodeado de 30 o 40 mil personas y que nadie se dé cuenta de tu sufrimiento. Sé que suena raro y es difícil de explicar, pero angustia es poco lo que viví yo en ese momento. Muchos recuerdan las palabras de la Fallera Mayor: “No plou, és el cel que ploma d’emoció”. Yo recuerdo mejor las del vicepresidente: “No habrá castillo de fuegos artificiales por causas meteorológicas”,porque acto seguido se apagó todo el equipo. Absolutamente todo. Aún me preguntó que por qué le había cortado el micro, que aún no había acabado de dar explicaciones. Yo escuché esas palabras y me puse a llorar. Lloraba desconsolado. De tensión acumulada. Llovía tanto que nadie podía ver mis lágrimas, así que lloraba más.

– Bueno, pero la Crida se hizo.

– Sí, se hizo. Eso mismo me dijeron. Que no entendían a qué tanto sufrimiento. Luego vinieron las críticas sobre el evento y yo seguí sufriendo.

– ¿Críticas?

– Bueno, el espectáculo había sido una auténtica chapuza, claro. Y en los foros, en la prensa, no se cortaron en criticarlo. Nadie tuvo en cuenta la lluvia a la hora de hacer una crónica de lo que había pasado. Yo leía los comentarios sobre el evento y era como si no hubiera caído ni una gota.

– ¿Y qué conclusiones sacaste de todo esto?

– Pues que, hagas lo que hagas, siempre habrá alguien dispuesto a criticarte. Que las ratas son las primeras en abandonar el barco. Que los de arriba viven en un mundo paralelo. Que la gente critica sin conocer. Que lo único que importa a la hora de la verdad es lo que pienses tú. Que nada merece tanto sufrimiento. Y que lo que te hace sufrir en un momento, años después te saca una carcajada.

– Y supongo que desde entonces lo aplicas en tu vida diaria.

– No, que va. Una cosa es saberlo y otra es llevarlo a la práctica. Yo soy, y el que me conoce lo sabe, un patidor. Durante meses fui incapaz de pasar por las Torres de Serrano y nunca he querido volver a ser responsable único de la Crida. He colaborado, he trabajado en ella, pero nunca he vuelto a ponerme al frente total de la misma.

– Hombre, cómo para repetir con la lluvia.

– Por extraño que parezca, desde 2006, no ha vuelto a llover en el acto de la Crida. Ha chispeado, pero no ha llovido lo que llovió ese año.

Y en ese mismo instante dejó de llover.

– ¿Ves? – le dije yo a la china – Nada dura eternamente, ni siquiera las críticas.