De la crisis de los 40 . De mi china vida (37)

– ¡Qué ganas tengo de que acabes! – me dijo la china, que empezaba a arrepentirse de haberme preguntado en su momento cosas sobre mi vida.

– Tranquila, que ya queda muy poco. – le dije un pelín enfadado por tanta queja -. Ya vamos por los treinta y siete, poco te queda por aguantar.

Andamos un poco sin hablar. Uno al lado del otro. Yo empecé a llorar, pero no de tristeza, de rabia. ¡Qué fastidio con la china! Luego me puse a reír, al pensar los buenos momentos que me había dado. Luego lloraba un poco y reía; y lloraba y reía. Al final la china me preguntó:

– ¿Pero qué cojones te pasa?

– Nada – dije yo -. Me estaba acordando de 2011.

– ¿Y por eso lloras, te ríes, lloras y vuelves a reírte?

– Sí. Es que así fue 2011. Una puñetera montaña rusa.

Seguimos andado y respiramos un poco mientras me secaba las lágrimas que ya no sabía si eran de alegría, de tristeza o de rabia.

– Eso es la crisis de los cuarenta – me dijo la china.

– O la pitopausia, no te jode – le dije yo incrédulo.

– Te lo digo en serio – me dijo ella -. Todo el mundo tiene una crisis en esa época, aunque poco a poco se va desplazando hacia los cincuenta.

– ¿Y eso? – le pregunté yo.

Ella me miró sorprendida.

– ¿Pero es que en Occidente no os enseñan nada de la vida?

– Poca cosa – tuve que reconocer.

– La crisis es por considerar que llegas a la mitad de tu vida, al punto sin retorno. Empiezas una segunda vida que te llevará hasta el final. Conforme se mejora la calidad de vida y se alarga la esperanza de la misma, la crisis va desplazándose hacia los cincuenta. Es lo que tienen las crisis psicológicas.

– ¿Y yo la tuve a los treinta y siete?

– Es posible.

– ¿Quieres decir que sólo voy a vivir hasta los setenta y cuatro?

– Ahora el que no has entendido nada eres tú.

Nos quedamos callados. Yo pensando en crisis, en años, en viajes sin retorno.

– ¿Qué pasó en 2011? – me preguntó ella al final.

– No lo sé – le dije yo con absoluta tranquilidad – Es que fue muy raro el año. Si durante cada año he tenido momentos buenos, menos buenos, malos o menos malos… en 2011 tengo la sensación de que sólo hubo buenos o malos. Seguramente no será cierto, pero mi memoria me trae a la cabeza momentos maravillosos de 2011 y momentos nefastos, aunque reconozco que la balanza se inclina por estos últimos.

– Las crisis no son malas. La palabra crisis solo significa cambio, y los cambios muchas veces se producen de manera inestable.

– Pues entonces supongo que fue eso – le dije yo convencido -. Que hubo muchos cambios y muy bruscos.

– Entonces puede que no fuera una crisis, si no una revolución.

– ¡Exacto! – dije yo – Esa es la palabra. ¡Una revolución! Esa es la sensación que tengo. Pero no sólo en mi cabeza, también en mi cuerpo. ¡Sí! Revolución.

Mire a la china con mucho cariño. Ví que me estaba entendiendo a la perfección. ¡Cómo habíamos conectado! En cuatro palabras le había explicado 2011 y lo que supuso ese año. Fue un año en el que dudé mucho. Dudé de las cosas que había hecho bien a lo largo de mi vida, de las que había hecho mal. Dudé de si era válido o no. De si era bueno o malo. De si el universo estaba cobrándose conmigo alguna cuenta pendiente. Todo lo que no fue bien, fue rematadamente mal. No hubo término medio y así sentí yo el 2011.

– ¡Joder, china! – le dije y eufórico – ¡Cómo me has ayudado! Sin contarte nada te lo he contado todo. ¿Así que en 2011 tuve la crisis de los cuarenta? ¿Así que todos esas idas y venidas, todas esas alegrías y tristezas, esas dudas, todas se deben a la revolución de los cuarenta? Soy un avanzado a mi época. ¡Un revolucionario!

– No – me dijo ella muy seria – Lo que eres es un gilipollas.

– Pero tú has dicho… – le intenté decir yo con un tono de voz que rozaba lo zen buscando a mi maestra.

– Yo no he dicho nada. Todo te lo has dicho tú. Todo lo que te pasó en 2011 te pasó por una razón…

– Pero…

– Ni pero ni nada – me dijo ella.

Y de repente me cogió el cuello de la camisa con la mano izquierda, estiró de la misma hacia abajo y puso mi cabeza a la altura de la suya. Cogió la mano derecha y empezó a darme como si fuera un dibujo animado. Me puso la cara como un mapa. Cuando acabó me dijo:

– Esto es para que te acuerdes de lo que te he dicho y nunca más te vuelva a ocurrir. Todo te pasó por una razón. Piénsalo.

– Pero si no te he contado nada de lo que pasó ese año – protesté yo.

– Ni falta que hace – me dijo muy seria. – Y seguramente aún te pasó poco. ¡Piénsalo, pequeño saltamontes!

Me soltó y se puso andar muy seria y con las manos a las espaldas. El sol ya estaba cayendo y yo vi su figura a contraluz, lo que le daba una aureola muy especial. ¡Qué razón tenía! ¡Cuánta sabiduría en un cuerpo tan pequeñito! ¿Cómo podíamos estar tan conectados? Aún no salía de mi asombro cuando comprendí la lección que me había dado, la más importante de todas, la que me deberá acompañar toda mi vida. Me había dicho algo que no me había dicho. Era un lío, pero por fin lo vi todo claro. Empecé a atar cabos, conceptos, a repasar todo el año en mi cabeza; las cosas buenas, las cosas malas. Estaba claro que muchas venían de otros años, que acumulaba mucho poso, mucha historia. Pero lo fundamental siempre era lo mismo:

Todo lo que me pasó en 2011 me pasó por una razón… por gilipollas, por ejemplo.